Las posibilidades de que Ricardo López Murphy pueda imponerse, en una posible interna en Juntos por el Cambio, a eventuales precandidatas como María Eugenia Vidal y Patricia Bullrich son remotas. Pero le aporta aire nuevo al espacio en un contexto donde la dispersión de votos podría ser nociva para las aspiraciones de la oposición al Gobierno nacional.

López Murphy fue uno de los fundadores de las primeras alianzas de centro derecha modernas en la Argentina, al aliarse con Mauricio Macri en el inicio del milenio. Fue candidato a presidente de la Nación y quedó en tercer lugar en 2003, cuando Carlos Menem obtuvo más votos que Néstor Kirchner pero declinó su postulación para un tercer mandato, al evaluar que no iba a poder ganar en la segunda vuelta ante un arco opositor que superaba el 60% de los votos.

En la actualidad, sin aquella imagen de "bulldog" que lo caracterizó por entonces, sus equipos de campaña van por la empatía. Lo muestran caminando barrios porteños y saludando jubilados. Él se dice parte de ese sector de la sociedad. Y lanzan un spot donde hacen referencia a su primer apellido, López, resaltando la proximidad de éste con la masividad en el imaginario colectivo: "todos tenemos un López", dice una voz en off. El Murphy quedará para otro momento, quizás en la papeleta electoral en menor tipografía o en los afiches de campaña, casi en segundo plano. Porque parece que tener doble apellido es pecado.

La obsesión de Horacio Rodríguez Larreta –el sí luce su alcurnia- por sumar referentes del centro ideológico pone en foco dos cosas: que López Murphy es el más moderado de los políticos; y que Juntos por el Cambio ha quedado -por lo menos- en el centro izquierda o en una izquierda light, tanto por la impronta de gestión como por la imagen de algunos referentes. Por caso Vidal, Elisa Carrió, el propio Rodríguez Larreta (del cual nunca se sabe a ciencia cierta lo que piensa) y los que provienen del arco peronista Emilio Monzó y Diego Santilli y del radical como Mario Negri y Julio Morales.

Tanto es así esto último que el kirchnerismo ha tenido que hacer esfuerzos importantes para polarizar con Bullrich y Macri, tratando de colocarlos como referentes derechistas y, con ello, darle a la coalición opositora una pátina de centro derecha que no tiene en su sustancia concreta de teoría y práctica.

Radical y liberal

La idea de conformar un Congreso fuerte es la que primará en la campaña de instalación de López Murphy.

Operadores del larretismo consideran que tanto López Murphy como José Luis Espert y Javier Milei pueden quitarle votos a Juntos por el Cambio, en caso de que configuren una alternativa diferente y autónoma. Pero la sumatoria de López Murphy quizás no alcance, en el plano de que Espert y Milei dicen que van a continuar por fuera de esa estructura. Y tiene sentido, ya que desde hace años vienen fatigando la semilla del liberalismo crudo, tosco y poco refinado en la Argentina, como para rifarla en una contienda por los cargos que difícilmente puedan lograr desde la malange.

Si esto es así y Espert y Milei no se suben a la ambulancia multicolor, el "bulldog" sólo podrá captar una porción de la torta de liberales más tradicionales, pero no sería suficiente para atraer a los libertarios ni a los desencantados de las dos expresiones de la grieta.

Su origen radical de pura cepa puede que le haga sentir más cómodo a López Murphy en su integración a las filas de Cambiemos que a sus colegas en la rama de la economía. Eso es así. El ex ministro de Fernando de la Rúa venía expresando, a su manera, la necesidad de que la oposición a la gestión de Alberto Fernández logre "un acuerdo muy amplio, en donde se diriman las candidaturas en una gran PASO opositora". Espert y Milei también, pero al parecer no están dispuestos a aceptar las reglas de juego: piso del 25% para colar en la lista. Y no es un dato menor.

Habrá que ver, entonces, si se amalgaman las pretensiones de todos. Porque los espacios a ocupar son escasos, y los que están desde antes sienten que tienen derechos adquiridos sobre los nuevos. Mientras tanto, el problema no es que la oposición se aglutine o no, sino que de la forma que se presente, cuando sus legisladores estén en sus bancas, se queden representando lo que dijeron ser y no peguen el salto hacia el oficialismo, como ya ha sucedido.