La plata y la gloria van por caminos separados.

Se puede ver, claramente, en la política.

Los dirigentes que van por la gloria no tienen precios. Los que van por la plata, sí.

Y eso condiciona la gestión. No por el presente de sus actos, sino más bien por el pasado de los mismos.

Cómo se llega a una función -y en esto se amplía a pública y privada- determinará como se trabaje en la mismo. Y en todos los casos, como se salga de ella.

Los compromisos que se asumen para acceder a un cargo ejecutivo electoral terminan siendo el foco de una gestión.

"Hay políticos que pagan mejor que otros", se escucha decir con frecuencia. ¿De qué hablan? De cumplir o no los acuerdos previos.

Algunos se olvidan rápidamente del por qué y el para qué están donde se encuentran. Otros no. Y hay quienes abandonan en el camino a la cima a quienes los ayudaron a llegar hasta allí. Otros menos.

Por eso, todo dirigente debe tener presente -siempre- el origen del puesto y la misión del mismo. Que no es otra cosa que el bien común. El interés general.

Cuando el dirigente empieza a trabajar por sus propios intereses o su mejor bienestar, se empieza a alejar de la gente.

La mayor virtud de la revolución china -decía Mao- era que el dirigente pudiera caminar entre su pueblo como un pez nada en su cardumen. Palabras más, palabras menos.

¿Cuántos dirigentes argentinos logran ese estándar?

Para reflexionar y tratar de que las cosas cambien a favor de todos (y no de los pocos de siempre).

Matías Frati – Director
ADNempresario